El club de los malditos by Erlantz Gamboa

El club de los malditos by Erlantz Gamboa

autor:Erlantz Gamboa
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Policial, Novela
publicado: 2015-10-14T23:00:00+00:00


CAPÍTULO VIII

Belinda llamó a Juanjo, apenas finalizó la conversación con su esposo. El amante vivía en una pensión; aunque se daba aires de marqués. Muy de la nobleza, pero no tenía teléfono en su cuarto. Por tanto, la llamada sonó en el pasillo, y fue atendida por la señora Remigia, dueña de la fonda; pero escuchada por un agente de policía, quien se había instalado en el comedor. El caso lo atendía el detective Fidel Muñoz, un tipo alto y obeso, que fumaba puros malolientes. Quien supervisaba las llamadas se llamaba Otilio Cervera, y, desde la mañana, estaba esperando que alguien buscase a Juanjo Margaliz. La señora Remigia les dijo que un buen número de mujeres lo asediaban, diariamente.

La policía comenzó a investigar en los bares cercanos, desde la misma noche del crimen, apenas la vecina halló el cadáver. La razón fue que el difunto olía a licor. La casera, Remigia, dijo que solía andar por allí cerca. El barman del bar en el que tomó las últimas copas, y quizá también las primeras de aquella tarde, le detalló, a la policía, que el asesinado estuvo con una mujer, que ella le dio un billete de cien dólares, y que Juanjo le contó que pasarían juntos el sábado. Por mucho que los agentes revisaron las pertenencias del difunto, no hallaron un número telefónico, por lo que decidieron esperar a que ella se comunicara. No sabían si Juanjo debía contactarla, o al revés, pero supusieron que la mujer lo haría, al no recibir llamada del difunto. Y así resultó.

-Es un caso típico- dijo el de los puros malolientes-, la mujer es casada, y le ponía los cuernos al esposo. Éste se enteró y… ¡zas!

Otilio asintió con la cabeza. Eso solía ser bastante normal. La señora Remigia les llevó café a la sala, y aprovechó para enterarse de algo. Como llevaban, allí, toda la mañana, ya tenían confianza.

-¿Y esperan que ella llame?- preguntó la mujer.

-Según el barman, Juanjo aseguró que el sábado lo pasaría con la del billete de cien – declaró, con ninguna profesionalidad, Otilio.

-Ellas le pagaban, porque él no tenía en dónde caerse muerto.

-Por eso cree usted que ella pasaría a buscarlo.

Remigia recibía información, pero también la daba, pues conocía bien a su hospedado.

-Eso solían hacer varias, porque ellas tenían automóvil, y él: ni una bicicleta.

El barman, había recordado su conversación con el finado, y confirmaba lo dicho por la casera:

-Tienen dinero, y son casadas o viudas.

-Damos con ella, y sabremos quién es el marido – le explicó Fidel a Otilio.

El caso es que ella llamó, y Remigia le dijo lo que debía, aunque medio tartamudeando: que Juanjo había bajado al bar. La mujer aceptó a colaborar, si bien auguró que se pondría muy nerviosa.

-Cuando suba, dígale que paso a buscarlo a las tres y media. Él ya sabe quién soy.

La policía también lo supo, porque registraron el número. Podían ir a buscar al esposo, una vez conocido el domicilio, que en la central identificaron casi de inmediato; pero el jefe ordenó que no hicieran nada, por el momento.



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